lunes, 20 de diciembre de 2010

Y un día te levantas...

Y te das cuenta qué has desaparecido de la vida de alguien.

Te asombras de qué manera tan bella lo hace, pero no puedes evitar el nudo de tu estómago.

Cada uno emprende un camino, cultiva sus frutos y recoge los ya sembrados y olvidados y se da cuenta que, entre ellos, está la fruta prohibida. Esa fruta que no has debido coger ni tocar nunca, esa que no carece de impunidad sentimental, esa con la que ahora te apetece coquetear un rato. Tu amor propio.

"Hay que escoger un punto de partida para comenzar la nueva vida."

Un punto de partida, de encuentro, o de encontronazo.


Los seres humanos somos así de tontos muchas veces. Necesitamos un punto de encontronazo para arrancar de  nuevo, en vez de crear uno del que partitr con serenidad. Necesitamos que ese punto nos marque emocionalmente para que sea el punto y aparte de la historia de nuestra vida. Pero se vuelve a asumir por orgullo, rebeldía o  por tranquilidad, porque sabes que a partir de ahí vuelves a ser tú. Vuelves a tu senda de la que te desviaste. Vuelves a recoger las flores de los márgenes del camino Vuelves a oler el viento que te da de frente mientras caminas. Vuelves a degustar cada momento como si fuera el único. Vuelves a aprovechar cada semilla de sentimiento que surge en tí y la cultivas con el mismo cariño que si fuera la última. Vuelve la ilusión de proyectar tu camino.

Pero a pesar de todo, siempre miras de reojo hacia el punto de encuentro porque no puedes evitarlo. No se puede perder el norte de lo que pasa. No puedes obviar el origen de tu nuevo camino, o la parada de tren de la vieja senda...


Suena Copenhague de Vetusta Morla
Dejarse llevar, suena demasiado bien (8)

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